Esa sensación del sabor perdurable, el que remolonea en la boca tras desaparecer el líquido para después afincarse en la memoria, es virtud particular de los vinos de El Nido. En las tierras altas de Jumilla, demuestran su obstinación desde el viñedo. Sus raíces horadan los suelos pedregosos, penetran la capa de piedra tosca caliza y tocan la franja arenosa.
Estas cepas tenaces, sembradas en pendiente y raramente bañadas por la lluvia, han logrado a fuerza de pactar con la naturaleza ese tenso equilibrio de la supervivencia. Su incansable deseo de vivir engendra frutos intensos e impetuosos, potenciados por la pericia del tiempo.