Los vinos de Jumilla son los embajadores de una villa de contrastes, cuya personalidad surge de la tierra. Sorprende comprobar cómo, de los pedregales de arena y caliza, herencia geológica del Triásico, se obtiene esa miríada tan rica de tonalidades. Del dorado Moscatel al goloso rosado, del insolente rojo del Monastrell más joven al dominante bermellón de los crianzas en madera.